Descripción
Corría Octubre de 1936 uno de tantos meses, florecientes por su heroísmo y martirio frente al saqueo y matanzas marxistas uno más, donde constituía alto delito la virtud, el honor, la decencia, la cultura y el trabajo. «La Perla Gallega», hospedaje de la madrileña calle Mayor, era nidal de unos pocos derechistas (entre ellos el sacerdote asturiano don Manuel Junco) siempre cohibidos por las visitas policíacas, mandatarias de órdenes siniestras siempre amenazados por insolentes pistoleros, sin más ley que su arma ni más razón que su venganza siempre vigilados por dos criadas anarquistas, pesadilla continua de los dueños, dos buenos y leales norteños. ¡Cuántos sobresaltos y amarguras si el auto se detenía á la puerta de la casa ó sonaba el timbre llamador! ¡Cuántas zozobras é inquietudes ante asesinos que registraban ó interrogaban! ¡Cuántas emociones por registros que me hicieron ó respuestas á que me obligaron! Cierta noche acompañado de mi sobrino el joven Luis Martínez Simancas, conversábamos los recluidos huéspedes en el hall de la pensión eran días de crudo ensañamiento, de «paseos» constantes, de terror general, de ocultas lágrimas el martillo moscovita golpeaba sin cesar hombres y mujeres eran bellas flores segadas por la hoz roja á nuevas víctimas, más corazones en holocausto ó más caídos, más arrogantes luchadores. ¡La España buena y noble daba á la Historia el oro de su conciencia y la sangre de sus venas! El timbre vino á cortar la conversación de aquellas almas unidas por la fe, anudadas por la esperanzas cuatro hombres bien armados pidieron groseros la documentación minutos terriblemente angustiosos (sobre todo para el sacerdote y el militar), pues se desconocía el objeto y consecuencias de la visita y según costumbre, ésta se traducía en el fatídico «paseo».
Valoraciones
No hay valoraciones aún.