Descripción
Los sicarios de Bonaparte, portadores de una felicidad basada en el espúreo maridaje del dolo y del atropello, habían invadido el suelo hispano llevan[1]do por doquier lágrimas y hondas penas al piafar de sus corceles y al eco atronador de sus cañones avanzaron de una á otra ciudad talando campos, destruyendo templos, maniatando á indefensas autoridades y aterrorizando con el filo de sus espadas laureles cosechados en la Europa Central y victorias obtenidas en sangrientas contiendas abriéronle las puertas de la estupefacta España para saciar en ella sus instintos prevaricadores y sus locos devaneos. De todos es conocida la gallardía con que nuestra Patria respondió á la conquista de los galos y á sus feroces dictados convertida España en in[1]menso campo de batalla, hombres y niños, ancianos y mujeres, integraron el espíritu patrio con la donación espléndida de sus vidas y de sus haciendas en el cuartel y en el convento despertaron febriles ardores y bélicos entusiasmos encendiendo la fe en los pechos españoles y como antaño, la cruz y la espada se abrazaron amorosamente para reproducir proezas y sublimes martirios, que en muchos siglos pasearon las páginas de la historia fijando el nombre de España en estela luminosa. En la paradisiaca ciudad de los cármenes floridos, glorioso capitel de nuestra magna reconquista, hirvió la sangre de sus moradores rugiente y patriótica ante el llanto de su España dolorida y los descendientes de aquella época que culminó poderosa y mundial bajo la égida de los Católicos Reyes, acudieron presurosos á la lid ahitos de fe y sedientos de sacrificio
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