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El radar

El radar o la detección de los ecos electromagnéticos

Antenas de la “Home Chain”
Primitiva pantalla de radar

Los comienzos del radar

Los principios físicos de la reflexión de ondas de radio se conocían desde mediados del siglo XIX. Sin embargo, no fue hasta principios del siglo XX que se empezaron a aplicar para la detección y seguimiento de objetos.

En 1922 Guillermo Marconi dijo que podía demostrar que era posible detectar objetos alejados con ayuda de las ondas de radio. Sin embargo, hasta 1933 no pudo mostrar un dispositivo funcionando.
En 1928 HM Signal School del Reino Unido recibió la primera patente de radio localización, acreditada a L. S. Alder.
En 1933 Hitler tomo el poder en Alemania y la armada alemana inicio sus investigaciones en la tecnología de medición a distancia con ondas de radio.
En 1934 las investigaciones empezaron en Rusia, lográndose tener éxito con un rango de detección de aviones hasta 70 km.
En 1935 Sir Robert Alexander Watson Watt (1892 – 1973, físico escocés y descendiente de James Watt, inventor de la máquina de vapor) demostró con éxito la detección de un avión por un aparato de radio en lo que se llamó el experimento “Daventry”. La patente le fue otorgada a Robert Watson el 2 de abril de 1935. En aquella época, la tecnología se denominaba «radio detection and finding (RDF)».

Radar SCR-238 (USA) – Guadalcanal. 1942

Empleo operativo

Fijándonos solo en el mundo anglosajón, en 1935 el gobierno del Reino Unido dio la orden de desarrollar un sistema de radar completo. Este fue el inicio de la primera red de radares llamada Home Chain que estuvo operativa a partir del año 1937. De esta manera, se detectaban los bombarderos alemanes. El radar fue vital para defenderse de los ataques aéreos durante los cuatro meses de la Batalla de Inglaterra en 1940, ya que significaba que la relativamente pequeña Royal Air Force podía dirigir certeramente sus cazas contra los atacantes.
Desde ese momento se empezaron a desarrollar aplicaciones operativas de la nueva tecnología. Por la parte británica, el esfuerzo se volcó en la guerra aérea y antisubmarina, de modo que desarrollaron equipos embarcados en aviones, lo que suponía un desafío por el rango de frecuencias que se empleaba.

Por la parte estadounidense, se desarrolló un tipo de aplicaciones de marcado carácter aeronaval, sobre todo como ayuda a las operaciones navales. Durante algunos años, el Reino Unido y los Estados Unidos trabajaron en paralelo, pero sin cooperación entre ellos. Sin embargo, el desarrollo del magnetrón y del klystron llevó a Winston Churchill a aprobar la transferencia de tecnología a Estados Unidos, con lo que comenzó la colaboración en este campo. Sin embargo, cada nación siguió sus propias prioridades operativas. En 1940 se empezó a conocer con su nombre definitivo: «radio detection and ranging (RADAR)», acuñado por los estadounidenses. En aquella época se habían conseguido equipos que trabajaban con una potencia de 1 kW, emitiendo en 3 GHz de frecuencia. El peso y volumen de los sistemas se había reducido notablemente.

Huracán Rita sobre Lake Charles. Septiembre 2005

Desarrollos posteriores

Al terminar la guerra, se estaba trabajando en radares de 9 GHz, dotados de duplexores y se buscaba llega a los 18 GHz de frecuencia.
Se empezaron a desarrollar aplicaciones civiles, empezando por la meteorología. Mientras tanto, los militares buscaban radares cada vez más ligeros, más precisos, con baja probabilidad de interceptación y resistentes a las acciones de guerra electrónica.
Se produjeron avances notables en los campos de los transmisores, de gran ancho de banda, baja potencia, multimodos. En os receptores se buscaba un procesamiento eficiente de la señal y resistencia a las contramedidas. En cuanto a las antenas, los avances buscaban obtener diagramas de radiación eficientes y antenas múltiples para conseguir el movimiento de forma sintética.
A partir de 1946, se consiguió desarrollar el tubo de ondas progresivas (TWT), que consiguió un gran avance en la amplificación eficiente de señales. En el campo de la recepción, la aparición de la electrónica digital y el procesamiento digital de las señales dio a los diseñadores una capacidad funcional hasta entonces inimaginable.

Radar marítimo de navegación con AIS integrado

Aplicaciones modernas

En la actualidad, no se puede concebir el funcionamiento de muchos campos de la actividad humana sin la existencia del radar.

En el campo militar, las aplicaciones originales del radar se han mantenido y su aplicación encuentra cada vez nuevos ámbitos, como por ejemplo el espacio y las armas estratégicas.
Entre las aplicaciones civiles, destaca como la más veterana la de la meteorología. Desde sus inicios, el radar se utilizó para detectar tormentas y otros fenómenos meteorológicos, fundamentalmente para ayuda a la navegación marítima y aérea. En la actualidad, son múltiples las aplicaciones meteorológicas de los radares.

Otro campo importante es el de la observación de la Tierra. Los radares actuales tienen una gran precisión y son capaces de determinar características de muy pequeño tamaño, incluso por debajo de la corteza terrestre en algunos casos. Por eso se emplean en geología, geografía, estudio de recursos naturales, geodesia, hidrografía, cartografía, ecología, agricultura, defensa civil y aplicaciones de inteligencia militar.

En su sentido más clásico, los radares se emplean para el control del tráfico aéreo y marítimo, de forma que las comunicaciones mundiales actualmente serían imposibles de operar sin este medio. Por otra parte, dentro de este campo de aplicación tenemos una experiencia más próxima en los radares empleados por las fuerzas de seguridad para el control de la velocidad de los automóviles.
Los radares de navegación se emplean masivamente en la actualidad, de forma que cualquier barco o avión, aunque sea de pequeño porte, los lleva como instrumento casi de serie. A veces no nos damos cuenta, pero los sistemas de nuestros coches que nos ayudan a aparcar y guardar la distancia de seguridad se basan en técnicas de radar.

Así podríamos seguir enunciando aplicaciones de lo que surgió como un sistema de armas, pero que se ha integrado en la sociedad actual de forma inseparable.

La expedición filantrópica de Balmis

Primer paso para la erradicación del azote de la viruela

Grabado de Juan Ximeno Carrero. Biblioteca y Museo Histórico-Medicos. Valencia

La vacuna contra la viruela

La viruela es una enfermedad infecto-contagiosa producida por un virus, siendo la variante humana la que posee la morbimortalidad más elevada y provoca grandes secuelas físicas en los afectados que no morían.
A finales del siglo XVIII, el Dr. Jenner, de Inglaterra, observó que las lecheras del Condado de Gloucester que se infectaban las manos, reproduciendo las pústulas de las mamas que ordeñaban, no padecían subsiguiente enfermedad general alguna o, en todo caso, muy leve. En 1796 decidió inocular experimentalmente al niño de 8 años, Jaime Phipps, con la materia extraída de las pústulas de una campesina del Condado, afectada de la viruela bovina. El niño enfermó de esta variante, pero el curso de la enfermedad que desarrolló fue muy tolerable y sin las secuelas de la viruela humana. Finalmente, se comprobó que la inoculación había producido la adquisición de la inmunización frente a la viruela humana.

Entretanto, la viruela, que había sido llevada al Nuevo Mundo en el siglo XVI por los colonos que llegaban de la Península, había cobrado aún más virulencia, provocando en los territorios de Ultramar verdaderos estragos por su elevada cifra de morbimortalidad con la consiguiente repercusión laboral y pérdidas económicas.

Inoculación

Una expedición de la Corona Española

Ante la preocupación por el estado sanitario de nuestras colonias de Ultramar, el rey Carlos IV, decidió encargar a Francisco Javier Balmis, médico militar y cirujano honorario de la Corte, la misión de inmunizar aquellos territorios, protegiendo así a la población activa y la generación de recursos. El Edicto del rey justificaba la formación de la expedición para: vacunar gratuitamente a la población, enseñar a preparar la vacuna, mantener el suero para vacunaciones futuras y establecer Juntas Municipales para llevar a cabo un Registro.

A la cabeza de la expedición se puso un hombre, acreditado intelectual, de firme carácter y con fama de buen organizador, el Dr. Balmis; quien, además, había estado varias veces en América.

Isabel Zendal fue la primera enfermera en una misión internacional

Se organiza la expedición

El Vicedirector fue el médico catalán Josep Salvany; quien, impuesto por el Rey, fue un verdadero héroe que murió vacunando. Cuando se unió a la expedición ya estaba enfermo y pensó que el cambio de clima favorecería su curación. Y murió dirigiendo una rama de la expedición en Cochabamba (Bolivia).

La tercera persona importante de la expedición fue Isabel Zendal Gómez. Hija de labriegos gallegos pobres, chica avispada y con cierto nivel de alfabetización, empezó su vida laboral como criada y llegó a ser la Directora del Hospicio de La Coruña (Datos debidos a las investigaciones de Antonio López Mariño). Ha sido considerada por la OMS como la primera Enfermera en misión internacional. Sin ella, la mejor acción humanitaria de la Historia no se hubiera conseguido (Javier Moro en su libro Flor de piel, 2015).

La primera gran dificultad que vencer era ¿cómo llevar suficiente cantidad de fluido de las pústulas bien conservado para poder administrarlo a tal cantidad de personas? No hay que olvidar que, en aquella época, el siglo XVIII, no había posibilidad de congelarlo y mucho menos liofilizarlo para reconstituirlo en su momento. Balmis acabó encontrando la solución, si bien no libre de complicaciones en sí misma y rechazada por gran parte de la población: decidió que amén del personal sanitario preciso para realizar la misión, vinieran a bordo niños de entre 3 y 10 años. Estos niños debían estar sanos, disfrutar de buenas condiciones físicas y que no hubieran padecido la enfermedad. La misión de los niños era aparentemente simple e inocua, por más que sorprendente: hacer de reservorios humanos de la vacuna antivariólica.

El navío María Pita zarpando de La Coruña en 1803. Grabado de Francisco Pérez

La expedición parte

El plan de Balmis era vacunar semanalmente a dos niños con el pus extraído de las pústulas de los niños vacunados la semana anterior. Los niños recién vacunados debían estar separado del resto, a fin de no contagiar a los sanos y, en beneficio propio, seguir estrechamente vigilados: tanto en cuanto a la sintomatología como para evitar que se rascaran la pústula, desperdiciando así el líquido destinado a vacunar a otro niño.

Aunque se decidió que la Corona se haría cargo de su alimentación y vestimenta, e incluso se les proporcionaría estudios y una profesión, de modo que estarían a cargo del estado hasta que pudieran valerse por sí mismos, muchos padres desconfiaron y se negaron a que sus hijos siguieran una trayectoria tan peligrosa, temiendo no volver a verlos. Ante esta coyuntura, Balmis decidió llevar niños expósitos.

Del puerto de La Coruña, el 30 de noviembre de 1803, partió con un total de 22 niños. De esta forma el fluido llegó a tierras americanas habiendo empleado a los reservorios humanos, uno de los cuales había fallecido durante la travesía.

Balmis. Grabado

Misión cumplida

La expedición pisó tierra en Puerto Rico, pasando después a Venezuela, donde se escindió en dos grupos: uno dirigido por Salvany, que extendió la vacunación por Sudamérica y el otro por Balmis, quien, habiéndose dirigido a Cuba y luego a Méjico, terminó saliendo del Continente para plasmar su gesta en Asia.

En los distintos puertos donde atracaban, además de vacunar a la población e instruir a los sanitarios locales, se dedicaban a seleccionar nuevas personas con las que poder seguir manteniendo “viva” y eficaz la vacuna.

El viaje terminó para Balmis en junio de 1806 con su regreso a España después de haber inmunizado las colonias de América, Filipinas, Goa, China y Santa Elena, no sin antes tener que enfrentase a serias dificultades tanto a la ida como a la vuelta.

Los resultados de la expedición, ampliados por sucesores, consiguieron que casi dos siglos más tarde, en 1980, la Organización Mundial de la Salud declarara erradicada la enfermedad de la viruela.

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